Y será en esos momentos cuando nuestro espíritu exhalará un enorme pálpito del que no seremos dueños y se volverá indomable, cumpliendo la voluntad más profunda para dejar al descubierto los verdaderos deseos.
Es ese egoísmo innato que poseeremos, el destino de conquistar lo deseado sin atender a razones. La voluntad, junto al cuerpo y el alma, resonará con tambores titánicos en nuestro interior.
Sentiremos los añicos del corazón por tan elevada acústica, en un redoble que no cesará, que se hará palpable en la umbría y en el claro, en la risa y en el llanto, en la alegría y en la tristeza.
Tiempos de cambio obligados a aceptar, letanías de una lluvia venidera o evolutiva, incansable en su galope, declarándonos nuestra ventura o infortunio.
La angustia y la exaltación parpadearán cogidas de la mano, sin encontrar un final desnudo, un drama histórico o el desenlace de un cuento de hadas.
Os presentaré entonces a los revoloteos del amor, comúnmente opacos, hasta su natural explosión.